Como muchos de nosotros, pasé años atrapado tras un escritorio en trabajos de ventas bajo mucha presión: persiguiendo objetivos, gestionando clientes difíciles y viviendo el ritmo acelerado de la vida londinense. Disfrutaba conectando con la gente, negociando, encontrando soluciones... pero mi cuerpo pagó las consecuencias.

En algún momento, algo dentro de mí me dijo: «Prueba algo nuevo». Me apunté a un curso de masaje deportivo, en parte por curiosidad, en parte porque parecía activo. No me di cuenta de que estaba entrando en un mundo que me cambiaría por completo.

Lo que empezó como técnicas básicas de masaje se transformó rápidamente en evaluaciones posturales, biomecánica y trabajo neuromuscular, y me encantó cada detalle. Me di cuenta de que siempre me había atraído la terapia corporal, admirando a los terapeutas expertos y su capacidad de conectar. Ahora era mi turno.

Empecé a tratar a mis clientes en sus casas, dando lo mejor de mí, adaptándome a las necesidades de cada persona. La retroalimentación fue genuina y motivadora. La gente sintió alivio y reconexión, y yo sentí un propósito.

Para mí, esto no es solo un trabajo. Es una vocación. Utilizo mis manos, mi presencia y mi entrenamiento para ayudar a las personas a moverse mejor, sentirse mejor y vivir mejor. Eso es lo que me llena de energía.